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La tragedia de Gabriel: Nadie responde por su muerte

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Fue el domingo 13 de diciembre de 2020 cuando una desgracia acabó con la vida de Gabriel Finol, un joven venezolano que había llegado a Villavicencio en busca de un mejor futuro. Cargado, de sueños, de esperanzas y con un deseo incontenible de salir adelante, trabajaba en lo que le saliera y le permitiera conseguir un ingreso económico para su familia.

Aquel domingo no fue la excepción, Gabriel se levantó para salir a trabajar sin importar que se tratara de un día de descanso para muchos, pues él tenía claro que ningún esfuerzo era demasiado grande, si se trataba de lograr que a su mamá no le faltara un plato de comida en la mesa, como lo relataron quienes compartieron con él en su lugar de residencia, una pensión ubicada en el barrio San Benito.

Ese joven tranquilo y trabajador salió de su casa y se dirigió a cumplir con las labores que desarrollaba en un local ubicado frente al Parque de Los Estudiantes, donde se adelantan una serie de arreglos por parte de la empresa especializada en adecuaciones AG Arquitectos Constructores S.A.S., la cual fue contratada por Inter Rapidísimo, que había tomado el local en arriendo.

Dicha empresa especializada para cumplir con el fin propuesto, al parecer, tenía diverso personal laborando en el sitio entre ellos varios venezolanos, de acuerdo con las versiones extraoficiales que se tienen. Fue así como a Gabriel le ofrecieron la posibilidad de trabajar ahí, y aceptó sin poner reparo, luego de que durante algunos días se había dedicado a vender verduras.

El joven sabía las duras adversidades que habían tenido que afrontar en su llegada a Colombia, siendo estafados e incluso viéndose en la necesidad de dormir prácticamente en la calle, por ello, tenía claro que trabajaría duro y cambiaría el destino de sus seres queridos.

Solo una semana había transcurrido en ese trabajo que combinaba con la labor que desarrollaba cuidando billares en las noches. Estaba contento y todo parecía estar marchando bien, aunque llegaba a casa en las tardes con las manos maltratadas por los elementos que manipulaba en su trabajo.

Ese domingo a mediodía fue a almorzar a casa y volvió al trabajo. Sobre las 4:30 p.m. el panorama en el sector del Parque de Banderas cambió completamente, la soledad que acompaña habitualmente a la ciudad los fines de semana cambió con la presencia de curiosos que se acercaban a ver qué estaba ocurriendo, pues se observaba una cortina de humo.

Ahí envuelto en ese humo estaba Gabriel, quien acababa de recibir una descarga eléctrica cuando el andamio que usaba tocó las cuerdas de alta tensión. Bastaron algunos segundos para que la vida se le escapara y ante la mirada aterrorizada de los transeúntes, su cuerpo quedara carbonizado.

Fue una escena conmovedora y aterradora, donde no se observaba a ningún compañero de trabajo o alguna persona encargada de la obra que se hiciera responsable de la situación. Todos se fueron del lugar y las autoridades acordonaron la zona para que Bomberos y la Sijin desarrollaran sus labores.

Mientras todo eso sucedía, en casa de Gabriel no se sabía nada y llegaron las seis de la tarde, hora en que habitualmente solía regresar, pero esta vez no fue así. Fue pasando el tiempo y sobre las nueve de la noche su mamá embargada por la preocupación empezó a buscarlo, encontrándose con la noticia de lo que había ocurrido.

“Mi hijo era un ángel, no merecía esa muerte tan horrible y que me lo dejaran ahí desamparado. Falleció en condiciones de trabajo inapropiadas, él era un emprendedor, un muchachito muy responsable”, fueron las palabras de su mamá, que se entrecortaron por el llanto y el profundo dolor que solo comprende una madre.

El caso está en poder de las autoridades que deberán encargarse de lograr que se haga justicia ante la muerte de Gabriel, a quien infortunadamente el tiempo no le alcanzó para cumplir sus sueños y partió hacia la eternidad.